Perfil

Periodista, filósofo, escritor, crítico literario, orador… a Gilbert Keith Chesterton, nacido en Londres en 1874, se le ha definido con acierto como un «a thinking man», un hombre que pensaba continuamente y sobre todo tipo de cosas: desde el sentido de la vida humana hasta el valor de la conversación popular en una taberna, desde la más trascendente a la que en apariencia era más insignificante. Por esta inquietud insaciable se convirtió en un polígrafo y esta obra inmensa lo ha convertido en un pensador comprometido, imprescindible para comprender la cultura europea desde principios del siglo XX hasta nuestros días. Chesterton compuso poesía, novela alegórica (como El hombre que fue jueves) y de anticipación (como el Napoleón de Notting Hill) y los célebres relatos del Padre Brown, medio detectivescos, medio metafísicos; biografías y estudios sobre figuras religiosas (San Francisco y Santo Tomás) o literarias (Dickens o Robert L. Stevenson), y una valiosa Autobiografía (1936); muchos libros de ensayo, como por ejemplo Heréticos (1905), Ortodoxia (1908), La eugenesia y otros males (1922) o la apología El hombre perdurable (1925), cuando ya se había convertido al catolicismo; y una multitud de artículos y ensayos breves en revistas y diarios. La versatilidad y la capacidad de sorprender, y el talante poético y hasta cierto punto desordenado, son algunas de las cualidades destacadas de este escritor brillante, que produjo una obra de pensamiento y de crítica literaria, empapada de cristianismo, y un cuerpo de literatura detectivesca de gran éxito.

Chesterton estrenó su carrera de literato todavía adolescente. Se educó en la escuela de St Paul’s, en el barrio de Hammersmith. Allí fundó con otros compañeros la Junior Debating Society, de la cual fue escogido moderador. En la escuela, Chesterton mostró enseguida su talento literario. Se describe a sí mismo como un chico con una inclinación natural por la literatura, atrapado, diríamos, por la imaginación y la ficción, capaz de citar un fragmento de Dickens o de recitar de memoria los versos cómicos de las Bab Ballads de Gilbert, o cualquier cosa que hubiera leído. Literalmente, dice que se encontraba «plunged into a friendly discussion on literature which has gone on, intermittently, from that day to this» (‘zambullido en un debate amistoso sobre literatura que se ha alargado, de manera intermitente, desde aquel día hasta ahora’).[1] Ya en esta etapa tan temprana, mientras participaba en el club de debate y publicaba en la revista sus primeros poemas, mostraba su temperamento innato de polemista y un talento verbal precoz, que le llevó, en pocos años, al mundo del periodismo. Se estrenó en el oficio en 1899, en el semanario literario The Bookman y en  The Speaker, la plataforma liberal más radical del momento, escribiendo sobre todo crónicas de arte y comentarios de libros.[2] Algunas de las crónicas publicadas en The Speaker se recogieron en el primer volumen recopilatorio de artículos periodísticos del autor, en 1901, que lleva un título muy provocativo, The Defendant (El acusado): contiene ensayos dedicados al nonsense (el absurdo), a las historias detectivescas, a la heráldica, a la farsa y al patriotismo, en los cuales la cultura popular y el common man ya figuran como banderas de un pensamiento reaccionario que encontró en el género del alegato en defensa propia una fórmula de contestación, una premonición de la apologética futura.[3] A lo largo de estos primeros años de carrera periodística, Chesterton fue consolidando una posición de intelectual populista, modulando un estilo polémico que se convertirá en atractivo para un amplio sector de lectores inconformistas.[4] Como ha explicado John Coates, buen conocedor de la escena periodística eduardiana, justo es decir que en la primera década del siglo XX, Chesterton utiliza el poder estilístico y la técnica de provocación como estrategia para la popularización de sus ideas en diarios muy implantados y de circulación masiva.[5] Fue concretamente con la colaboración semanal iniciada en 1901 en el Daily News —diario liberal con una tirada de unos 400.000 ejemplares en 1909— que consiguió llegar a un amplio público. Sorprendía miles de lectores con sus crónicas de historia, de libros, de arte y de cultura, pero también alzaba la voz en el terreno político, atacando a los liberales, el partido del gobierno entre 1904 y 1915. Es a consecuencia de ello que la relación con el diario fuera más bien tensa y que finalmente se interrumpiera la colaboración en 1913.[6]

Chesterton llegó a primera línea de fuego periodística gracias a su tratamiento de la segunda Guerra de los Bóers (1899-1902), que tuvo lugar en las repúblicas sudafricanas del Transvaal y Orange. Su oposición frontal a la guerra le ganó una reputación de hombre que iba a la contra. En esta posición, claramente minoritaria en Inglaterra, iba de la mano con otro escritor y polemista célebre de los años eduardianos, Hilaire Belloc, con quién Chesterton coincidió en The Speaker, la plataforma que encabezó la oposición a la guerra y la crítica al imperialismo británico.[7] Nacía así una actitud, típicamente chestertoniana, favorable a las naciones pequeñas y contraria a los imperios y a los grandes poderes políticos o financieros; una actitud en consonancia con la simpatía que Chesterton siempre mostró por las cosas pequeñas en general —la familia, la comunidad local, las cosas muy definidas, todo aquello que se ajustaría a la frase «small is beautiful» (“lo pequeño es hermoso”).[8]

Las largas polémicas periodísticas mantenidas los primeros años del siglo fueron configurando el pensamiento chestertoniano, y son reflejo del desarrollo de un cristianismo manifestado claramente desde 1901.[9] Es obligado pararse en las llamadas Blatchford Controversies, una larguísima controversia sobre religión con Robert Blatchford, editor del semanario socialista Clarion, que empezó con las réplicas de Chesterton desde el Daily News y acabó con la publicación de sus artículos en el mismo Clarion a partir de julio de 1904.[10] Explicaba Chesterton como Blatchford lo invitó a escribir en el semanario para ampliar la visión de los lectores, hasta entonces familiarizados solo con el punto de vista del editor. De este modo, creía Chesterton, la defensa del cristianismo ganaba cuerpo con el argumento contrario. Además, el hecho de publicar el intercambio en un periódico no cristiano daba grandeza al debate y probaba, en cierto modo, que la cuestión religiosa suscitaba el interés de los no creyentes.[11] Avanzar en el camino que acercaba los secularistas a la religión entraba, pues, en el marco de la teología chestertoniana en unas fechas muy lejanas a su conversión al catolicismo.

Al poco tiempo de esta controversia, surge el primer libro de ensayo importante: Heréticos, de 1905. Es un libro orgánico y, aun así, plenamente insertado en el contexto periodístico y literario de la época: abundan las referencias literarias a novelistas de prestigio, a autores menores de novela detectivesca o de novela rosa, a dramaturgos de primera fila y a autores de farsas, y también a políticos liberales y conservadores, a generales de la Guerra de los Bóers —con esta guerra y el antiimperialismo como telón de fondo— o a personajes y periodistas diversos de la vida pública contemporánea. En este sentido, es un libro difícil para el lector no británico. Para entender los detalles, conviene conocer las circunstancias y el contexto periodístico que explica la génesis, puesto que se ha demostrado que Chesterton a menudo aprovechaba artículos que había publicado en el Daily News: a veces los reescribía a trozos, otros los amplificaba con nuevos ejemplos o ilustraciones, u omitía pasajes a discreción.[12] La conexión entre periodismo y literatura es una constante en la obra de Chesterton. En este contexto eduardiano marcado por la intensa actividad periodística, la siguiente publicación de peso es Ortodoxia (1908), texto capital del ensayismo chestertoniano. La polémica de origen periodístico penetra con fluidez en su obra. Así, por ejemplo, la controversia mantenida en las páginas de Clarion continúa muy viva, desde el momento que uno de quienes apoyaban a Blatchford aparece en Ortodoxia para ilustrar el punto de vista del autor sobre el libre albedrío. La estrategia de polemista que alimenta la intensa carrera periodística de Chesterton también acaba dando cuerpo a los volúmenes ensayísticos más importantes publicados antes del estallido de la Gran Guerra, los ya mencionados y también Lo que está mal en el mundo (Whats Wrong with the World, 1910).[13]

Durante los primeros años del conflicto bélico, las energías del polemista se concentraron en la defensa de la causa aliada, como se puede ver repasando los artículos dedicados exclusivamente a promover la causa antigermánica y publicados en la Illustrated London News (la plataforma que acogió la más dilatada de todas las colaboraciones de Chesterton en un periódico).[14] En este momento surge todavía con más fuerza el patriotismo que ya se había manifestado en la campaña a favor de los bóers recién iniciado el siglo. El antiimperialismo visceral ahora se proyecta a escala europea. Por ejemplo, la invasión germánica de Bélgica llevó a Chesterton a escribir un panfleto muy difundido, The Barbarism of Berlin (1914), traducido simultáneamente al francés y al italiano ese mismo año y publicado en castellano en Barcelona en 1916.[15] En este mismo contexto, el interés de Chesterton por la causa irlandesa tomó un rumbo patriótico: la antigua simpatía por un país pequeño e invadido ahora da lugar a una campaña para convencer los sinn feiners que abandonen la actitud progermánica. Los artículos escritos con este propósito dan como resultado Irish Impressions (1919), uno de los primeros libros de Chesterton divulgados en la prensa catalana. También es fruto de la guerra A Short History of England (1917), una historia sin fechas ni hechos escrita con una intención política clara: defender la nación inglesa (Little England) desde la perspectiva del «ordinary Englishman».[16] El Chesterton polemista que se había hecho un nombre por su presencia destacada en diarios y revistas, en los clubes y las sociedades diversas que proliferaron en la Inglaterra eduardiana, ya había producido los mejores escritos de su carrera literaria antes de la Gran Guerra.

Posteriormente, a partir de la conversión al catolicismo en verano de 1922, las monografías chestertonianas se orientarán, en primer lugar, a manifestar esta fe, ya sea en los volúmenes sobre San Francisco (1923) y Santo Tomás (1933) o, con más importancia, en la apología El hombre perdurable (The Everlasting Man, 1925).[17] El periodismo y la polémica acompañó estas obras tanto como su conversión  y popularizó enormemente la figura de Chesterton en Francia o en Cataluña.[18] La actividad periodística de Chesterton posterior a la guerra europea se relaciona con campañas de opinión —contra la eugenesia y a favor del distributismo, los dos temas elegidos de la vertiente social de la antología —, hasta el punto que, en 1925, llegó a fundar un semanario con su nombre, el G. K’s Weekly (continuador del New Witness de Belloc), al cual se dedicó intensamente en la última etapa de su vida, alimentándolo con crónicas y editoriales, y sufragando incluso las pérdidas, con el objetivo primordial de promover la doctrina del distributismo.[19] La prolífica producción chestertoniana, de 1920 hasta la muerte del escritor (14 de junio de 1936), derivó en varias compilaciones, todas ellas fruto de la actividad del polemista.[20] Estos volúmenes, sin embargo, tienen una repercusión muy inferior a los eduardianos (The Defendant, Heretics, Orthodoxy), porque recogen un ensayo en buena medida desgastado por la repetición de los contenidos y el uso excesivo de algunos recursos estilísticos, cosa que justificaría hasta cierto punto la acusación de escritor verboso.[21] Siempre atento a la difusión, en los últimos años, Chesterton hizo el salto al periodismo radiofónico, iniciando retransmisiones para la BBC en 1932. A pesar de los esfuerzos de su esposa Francis, nunca consiguió llevar una vida retirada. Póstumamente, se han publicado todavía volúmenes de ensayos y de poesía.[22] Así como Autobiography, aparecida justo después de la muerte del escritor, convirtiéndose en una de las obras que lo han sobrevivido con más éxito en el mercado inglés y en el exterior.

En el contexto de la novela victoriana, y concretamente del último periodo victoriano y del eduardiano (es decir, entre los últimos años del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial), la reflexión literaria de Chesterton se inserta en una corriente de reacción contra un realismo atento a la descripción social, presidido por el culto a la ciencia.[23] La reivindicación de la fantasía, la defensa de la aventura y del romance, que apelan a la ficción y a la imaginación, tiene unas implicaciones en la configuración del canon literario que Chesterton ofrece en un libro temprano, The Victorian Age in Literature (1913), en el cual revisa la generación victoriana precedente con una clara voluntad de interpretarla críticamente.[24] Poniendo énfasis en la reacción contra el compromiso victoriano con los triunfos de la ciencia y el materialismo —una reacción que se produjo contemporáneamente desde el Oxford Movement, desde Dickens, o desde Carlyle y Ruskin y el nuevo protestantismo romántico—, Chesterton ofrece en este ensayo una lectura de los grandes representantes de la era victoriana. Dickens se erigía como cultivador del romance, del nonsense y de la sympathy, en adalid de una tendencia de inclinación optimista, contrapuesta a novelistas con una visión más negra de la vida, como por ejemplo Thomas Hardy. De hecho, The Victorian Age in Literature realiza una apología de Dickens, el novelista popular por excelencia, quien mejor conectaba, según Chesterton, con el gusto del common man. Unos años antes, Chesterton había dedicado a Dickens un volumen biográfico.[25] Como pasa con otras biografías de Chesterton, el autor se revela a sí mismo al describir al biografiado. En este caso, Dickens es visto como un escritor que reaccionaba contra su tiempo, como lo fue Chesterton (que al inicio del libro hace referencia a la atmósfera defin de siècle en la que se educó); un escritor que hacía bandera de un humanitarismo poco corriente entre los autores de moda, y entonces Chesterton recuerda ejemplos de su propio tiempo, como por ejemplo el pesimismo de George Gissing y el esteticismo de Walter Pater; un escritor, finalmente, que representaba, por su instintiva comprensión del hombre corriente, el optimismo democrático, un principio con el cual el biógrafo comulgaba del todo.[26]

En 1967 Robert Hamilton reclamaba la conveniencia de releer la obra de Chesterton con «reflexiva atención» y no como una cantera para extraer citas brillantes.[27] La obra chestertoniana es eminentemente citable, y es tan vasta que es fácil que muchos lectores se identifiquen con una u otra afirmación, porque reconforta encontrar a alguien que defienda las creencias de uno mismo y las exponga con fuerza y convicción. Es lógico que la obra de un polemista sea leída así, a trozos y a discreción del lector. Pero la integridad del polígrafo es necesaria si queremos descubrir la vigencia que puede tener más allá de la innegable calidad literaria. La figura de Chesterton no se puede reducir a la de un católico converso en un país anglicano, ni a la de un defensor de la visión religiosa en una sociedad dominada por el progresismo laico y la asepsia científica, ni a la de un liberal radical en un mundo gobernado por intereses económicos que mediatizan la democracia. Estos aspectos están, pero hay que tomarlos conjuntamente si se quiere encontrar en su tradicionalismo innegable, con las luces y las sombras correspondientes, una lectura actual que resulte provechosa al hombre del siglo XXI.

[Texto adaptado de la “Introducción” a G. K. Chesterton: Cristianisme, pensament social i literatura. Recopilación de textos, ed. Sílvia Coll-Vinent. Barcelona: Viena Ediciones – Fundació Joan Maragall, 2017, p. 7-19)]

 

Trayectoria vital

La infancia de Chesterton fue alegre, feliz y luminosa. Enmarcada en el ámbito familiar, tanto Gilbert como su hermano Cecil recibieron de sus padres unos sólidos valores humanos, morales y culturales basados en el respeto y la libertad. La adolescencia y la juventud están marcadas por las sucesivas etapas académicas. La escuela primaria de Colet Court, St. Paul’s School, la escuela de arte en St. John’s Wood, el University College y la Slade School of Fine Art. Durante el periodo de St. Paul’s, Chesterton y su amigo Lucian Oldershaw crearon el Junior Debating Club. Algunos de sus miembros fueron amigos suyos durante toda la vida. Esta etapa juvenil acaba con una crisis existencial. El inicio de la amistad con Hilaire Belloc y con el clérigo anglo-católico Conrad Noel, la relación y el matrimonio con Frances Blogg, las primeras colaboraciones periodísticas, el trabajo en dos editoriales, su posición ante la Segunda Guerra Bóer, la publicación de dos libros de poesía, su presencia en Fleet Street y el comienzo de los compromisos públicos en conferencias, meetings, debates y campañas electorales hicieron de Chesterton un personaje de referencia de su tiempo. En 1909, los Chesterton se trasladaron a vivir a Beaconsfield. Su acercamiento lento y espaciado hacia el catolicismo hasta su conversión formal a la iglesia de Roma, en 1922, caracteriza la última etapa vital marcada por la defensa de la fe católica en su obra literaria y periodística.

Un cuerpo enorme, todo un carácter

La altura y el volumen de Chesterton se comparaban con las de un hombre del Norte que con su peso “hacía temblar el suelo de las calles de Barcelona”, como escribía un periodista en La Veu de Catalunya. El cambio físico se produjo después de la Guerra, en la que sufrió una enfermedad nerviosa. Chesterton fue hombre vital, y por eso proactivo en las batallas contra el prohibicionismo y las campañas vegetarianas de su amigo Bernard Shaw. La joie de vivre y el talante optimista conformaban su carácter. “The making of an optimist” es como se titulaba un tributo del Times Literary Supplement publicado a raíz de la muerte de Chesterton en junio de 1936. En las biografías, son abundantes las anécdotas alrededor del aire despistado, el espíritu cordial y generoso y el buen hacer de su carácter. Públicamente, se ganó a sus contrincantes en las polémicas que mantuvo, por la fuerza literaria e imaginativa de su discurso, la capacidad de sorprender y de sacudir al espectador o al lector, el arte de la paradoja y el buen sentido del humor.

G. K. Chesterton se explica

Tras la obra de Chesterton, las biografías que dedicó a Stevenson, Dickens, Blake, o Browning, a Cobbett, a Santo Tomás o San Francisco, las ficciones (de Napoleón de Notting Hill a los relatos del Father Brown, pasando por la obra dramática y fantasiosa) encontramos al hombre G. K. Chesterton, su espíritu polémico y batallador, los cimientos cristianos de su pensamiento, los valores literarios que lo guían, la fe en el hombre corriente. Su obra —sea de ensayo, de ficción o periodística— se interpreta como un corpus unitario, presidido por una cosmovisión a la cual siempre fue fiel, sustentada por el sentimiento de sorpresa y de fábula ante la mera existencia cotidiana. Chesterton explica en Autobiography como llegó hasta allí, desde las lecturas y los juegos de niñez, desde las batallas con sus contemporáneos para vencer la atmósfera dominante de pesimismo y escepticismo, desde otras batallas y polémicas de su tiempo, desde su experiencia vital de descubrimiento del cristianismo.

Los otros escriben (y divulgan) sobre G. K. Chesterton

Maisie Ward fue pionera en aproximarse a la vida de Chesterton con su biografía publicada en 1943. El centenario del nacimiento de Chesterton, en 1974, contribuyó a poner en valor el legado del escritor desde perspectivas muy diversas, literarias y poéticas fundamentalmente, pero también sociales y políticas. Chesterton ha sido visto como un gran fabulador romántico y escritor de una imaginación potente y brillante, como un hombre de letras comprometido con su tiempo, como un populista radical, como un crítico social que actualiza el pensamiento social de la Iglesia, como un escritor inquieto y viajero que contribuyó a rehacer puentes culturales entre su pequeña Inglaterra y la Europa de entreguerras (unidas por el pasado medieval) y con América. Amigos personales, parientes, estudiosos y biógrafos (como por ejemplo Joseph Pearce) han ayudado a completar el retrato personal y la trayectoria del autor. La divulgación más importante de la vida y la obra del escritor se ha producido desde Estados Unidos y Canadá, desde plataformas como la American Chesterton Society (y su presidente, Dale Ahlquist), el Chesterton Institute for Faith and Culture (fundado en Canadá en 1974 por Ian Boyd y ubicado en la Seton Hall University), el cual edita la Chesterton Review, o Ignatius Press (en San Francisco), que inició la publicación de la obra completa.

 

[1] Chesterton, Autobiography, pp. 57-79 (59).

[2] Ved Ward, Gilbert Keith Chesterton, pp. 65-67, 129-140; Frank Swinnerton, «A True Edwardian» (1938), en Conlon, G. K. Chesterton: A Half Century of Views, pp. 26-38.

[3] Chesterton, The Defendant, Londres, Diente, 1901.

[4] Margaret Canovan, G. K. Chesterton, Radical Populist, Londres, Jovanovich, 1977, pp. 8 y 14, describe a los lectores de Chesterton como «members of the Nonconformist middle class, teetotal, semi-pacifist believers in progress and enlightment».

[5] John D. Coates, Chesterton and the Edwardian Cultural Crisis, Hull, Hull University Press, 1984, pp. 67-69.

[6] Ibid., p. 69.

[7] Ibid., p. 7. Ver también Jay P. Corran, G. K. Chesterton & Hilaire Belloc: The Battle Against Modernity, Athens-Londres, Ohio University Press, 1981, p. 3. Chesterton deja muy clara su posición probóer en la Autobiography, pp. 113-114. Sobre el nacionalismo y el patriotismo, ver Canovan, G. K. Chesterton, pp. 99-111, y Bernard Bergonzi, «Introduction», en G. K. Chesterton, The Napoleon of Notting Hill, ed. B. Bergonzi, Oxford, Oxford University Press, 1994, pp. xviii-xix.

[8] Ibid., p. x.

[9] Se acostumbra a considerar que Chesterton abrazó el cristianismo empujado por su mujer anglo-católica, con quien se casó en 1901. Ved Joseph Pearce, Wisdom and Innocence: En Life of G. K. Chesterton, Londres, Hodder & Stoughton, 1996, pp. 41-42. Pol Escudé, «Romanus civis sum», Diàlegs. Revista destudis polítics i socials, n.º 64 (abril-junio 2014), pp. 41-57 (48-49).

[10] Estos artículos se han editado con el título The Blatchford Controversies, en Chesterton, Collected Works, vol. I, ed. D. Dooley, pp. 369-395. Ver también Stanley L. Jaki, «Chesterton’s Landmark Year: The Blatchford-Chesterton Debate of 1903-1904», Chesterton Review, 10 (noviembre 1984), pp. 409-423.

[11] The Blatchford Controversies, ed. Dooley, p. 372.

[12] Ver David Evans, «The Making of Chesterton’s Heretics», The Yearbook of English Studies, 5 (1975), pp. 207-213.

[13] Está incluido en Chesterton, Collected Works, vol. IV: What’s Wrong with the World, The Superstition of Divorce, Eugenic and Other Evils, introd. James V. Schall, San Francisco, Ignatius Press, 1987, pp. 31-218. La traducción catalana es de Pau Romeva: Allò que no està bé, Barcelona, Edicions de la Nova Revista, 1929.

[14] Los artículos semanales que Chesterton escribió en el Illustrated London News, desde 1905 hasta 1936, se han editado en diez volúmenes: Chesterton, Collected Works, vols. XXVII-XXXVII, San Francisco, Ignatius, 1986-2012.

[15] Sobre el concepto de Barbarie, trad. Héctor Oriol, Barcelona, Oliva de Vilanova, 1916. La edición iba precedida de un prólogo de Miguel de Unamuno (pp. 7-16), el cual presentaba al autor como célebre escritor, humorístico y paradójico, y emulaba el estilo chestertoniano con el objetivo de demostrar hasta que punto la paradoja era una arma poderosa en el ataque al alma prusiana.

[16] Según Frank Swinnerton, The Georgian Literary Scene, Londres, Dent, 1938, p. 93, este libro de Chesterton fue probablemente el más leído en Inglaterra.

[17] Las tres obras estan recopiladas en Chesterton, Collected Works, vol. II, San Francisco, Ignatius Press, 1986.

[18] Para el caso de St Francis of Assisi, ver Coll-Vinent, «La biografía santfranciscana de G. K. Chesterton», pp. 443-448.

[19] Sobre el G. K’s Weekly y el distributismo, ver Ward, Gilbert Keith Chesterton, pp. 433-448, y Return to Chesterton, Londres, Sheed & Ward, 1952, pp. 213-231. El eco que adquiere el semanario en una etapa inicial, reflejado en los 8.000 ejemplares vendidos en noviembre de 1925, fue acompañado de una proyección europea del escritor a través de la organización del PEN Club, especialmente en países de tradición católica como España y Polonia.

[20] Los volúmenes fluyen: Generally Speaking (1928), Come to Think of It (1930), All Is Grist (1931), All I Survey (1933), Avowals and Denials (1934), The Well and the Shallows (1935), As I Was Saying (1936).

[21] Ver, por ejemplo, C. S. Lewis, «On Stephens on Chesterton» (1946), en Conlon, G. K. Chesterton: A Half Century of Views, pp. 69-71; John Gross, The Rise and Fall of the Man of Letters: Aspects of English Literary Life since 1800, Harmondsworth, Penguin, 1987, pp. 258-259.

[22] Las obras póstumas de Chesterton son: The Paradoxes of Mr. Pond (1937), The Common Man (1950), A Handful of Authors (1953), The Glass Walking Stick (1955), Lunacy and Letters (1958), Essays and Poems (1958), The Spice of Life (1964), Chesterton on Shakespeare (1971).

[23] Ver Samuel Hynes, The Edwardian Turn of Mind, Londres, Pimlico, 1991, pp. 146-147.

[24] The Victorian Age in Literature (1913), en Chesterton, Collected Works, vol. XV: Chesterton on Dickens, ed. Alzina Stone Dale, San Francisco, Ignatius Press, 1989, pp. 413-530.

[25] Charles Dickens (1906), en Chesterton, Collected Works, vol. XV: Chesterton donde Dickens, ed. Alzina Stone Dale, San Francisco, Ignatius Press, 1989, pp. 413-530.

[26] Ibid., p. 47. El Dickens de Chesterton era una de las obras que Romeva tenía previsto traducir dentro del proyecto de la colección «Obres de G. K. Chesterton» emprendida por La Nova Revista, traducción que no se publicó nunca: ver Coll-Vinent, G. K. Chesterton a Catalunya, pp. 32-33, 176.

[27] Hamilton, «The Rationalist from Fairyland», p. 232.